28 dic 2006

Bájate con el casco puesto

Era casi una salida como cualquier otra. Obviamente con un claro acento en la contingencia: Augusto Pinochet regresaba desde Londres en un Boeing 707 de la FACh por una ruta desconocida, para evitar que nuevamente fuera detenido.

Y quien mejor que el comandante en jefe de la institución, ese día nuestro anfitrión, para entregar detalles sabrosos de aquel viaje misterioso que tenía intrigado a todo Chile y al mundo entero, sobre todo por su permanente contacto con el piloto encargado de tal travesía.

El propio "CJ" era el que piloteaba esa mañana el ruidoso Hércules C-130 con destino a Antofagasta. Era un espectáculo raro: Un avión de carga con asientos de aerolínea común y silvestre e incluso con azafatas repartiendo dulces.

Llegó entonces el momento del sorteo. Cada uno de los periodistas que íbamos ahí llenamos un papelito con nuestro nombre y lo metímos a una bolsa transparente, como aquellas que usan las señoras de la feria para envasar el repollo recién picado. Había otra bolsa igual para las mujeres del grupo.

Bastó sólo un minuto y el asesor de prensa de la Fach se acercó y me dijo: Saliste sorteado y vas a volar en un Mirage Elkan. Me acuerdo que a la colega de una radio le tocó el mismo 'premio', pero en un F-5.

Admito que me dio miedo. No tanto por volar -ya iba volando de hecho-, sino porque quizás iba a tener pánico escénico y podía protagonizar un indigno espectáculo. Es que hasta algunos juegos de Fantasilandia me producían y me siguen causando bastante vértigo.

Y aunque mi 'sustituto' en caso de no sentirme capaz de subirme a esa turbina con alas estaba ya elegido, mi orgullo me decía que no podía tampoco ser tan cobarde de desistir simplemente porque, quizás, iba a tener una vergonzosa reacción de "no gracias, me voy". El resultado: dolor de guata los 45 minutos que faltaban para llegar a la base de Cerro Moreno.

Llegamos y a los dos "elegidos" nos aislaron de inmediato. Carmen Gloria -así se llamaba ella- partió al Grupo de Aviación número 7 y yo me fui al Grupo 8 con un par de oficiales.

El tiempo estaba calculado de manera precisa y había que actuar con celeridad. Ingresé a una especie de camarín y me pasaron un traje de piloto. El único problema es que los aviadores de verdad son grandotes y se veían bien; yo en cambio, más bajo que ellos, figuraba gracias a ese mameluco azul con un par de piernas que, con suerte, medían 20 centímetros; en cambio, exhibía un tronco amorfamente gigante.

Me salvó luego una especie de faja que va entre las piernas y que se amarra a la cintura, lo que me hizo recobrar a ojos de todos mis extremidades inferiores y la confianza de no hacer el ridículo.

Luego vino la elección del casco. No todos eran iguales y de hecho estaban hechos para distintas cabezas. Tenían los nombres de combate de sus dueños, algunos bastante divertidos y generalmente alusivos a la violencia o a los comics. Creo que finalmente me quedó el de 'Varitek' que emulaba las naves de la serie Robotech que daba Canal 13 por las tardes.

El piloto a cargo del biplaza al que me iba a subir era un capitán cuyo nombre de combate era 'destructor'. Él me iba explicando una serie de indicaciones mientras caminábamos hacia la losa de la base aérea. Era un día radiante, cerca de las 11:00 de la mañana, y ahí estaba el avión, siendo preparado por un par de operarios con trajes verdosos con camuflaje desértico, chalecos reflectantes color naranja, anteojos oscuros y protectores de oídos.

Subí por una escalerita y me instalé en la parte de atrás de la cabina. El asistente me puso un cinturón de ocho puntas y el piloto me indicaba para qué servían un montón de cosas. "Puedes afirmarte de donde quieras, pero esto no lo toques por ningún motivo", me advirtió, señalándome una especie de asa de lona como de salvavidas viejo que se ubicaba entre las piernas. Era el 'eyector'.

Para mayor convencimiento me contaron la historia de un mecánico que una vez logró ir de acompañante a un ejercicio de combate, y que por aferrarse a esa cosa salió disparado y tuvo que ser rescatado varias horas después y bastante magullado desde el medio del desierto, tras caer no suavemente, con asiento y todo, con un paracaídas de emergencia.

Recuerdo que también me amarraron las botas -que para variar me quedaban gigantes- al sistema de eyección, simplemente para que, en caso de emergencia, mis piernas se desplazaran de un sólo tirón hacia atrás y no fueran mutiladas por el tablero al momento de salir volando. "ok -pensé-, es seguridad".

Luego me conectaron el traje 'anti G', el aire de la mascarilla, y me pusieron el casco. Ahí comencé a mantener un diálogo abierto con el piloto que estaba sentado un metro y medio adelante y a quien con suerte apenas le podía divisar parte del casco. Se cerró la cabina, se encendió el motor y el Mirage comenzó a carretear por la pista. "Ya nada que hacer", me dije, aunque la incertidumbre de lo que pasaría dos minutos después seguía siendo eso, incertidumbre pura.

Era como andar arriba de un bus, hasta que llegamos al cabezal. Ahí el avión giró y se ubicó frente a una pista perfectamente solitaria. yo no podía verla 100 por ciento de frente, pero tenía una pantalla verdosa al lado inferior derecho con algunas rayas, como los simuladores de vuelo de computadores que incluía una imagen de TV de lo que había adelante.


"Siempre, antes de partir, se aplica full potencia para chequear que todo está bien y luego se acelera", me explicó por el interno el capitán, al tiempo que el caza comenzaba a estremecerse y a vibrar enérgicamente por la potencia in crescendo de la estruendosa turbina en la que literalmente estábamos montados. Daba la sensación que el avión se levantaba un poco por la cola, como cuando el auto está con el freno de mano a full y se le dan algunas aceleradas.

De pronto, y luego de un momento de breve quietud, fue como que le quitara 'la pata al freno' y el aparato comenzó a desplazarse a toda velocidad. Era mi prueba de fuego, ¿me vendría el susto y le pediría que por favor me bajara?, ¿usaría de inmediato la bolsita que me habían puesto a un lado por si me daban ganas de vomitar?. Faltó tiempo para tanta interrogante, porque en un dos por tres el Mirage estaba en el aire, inclinado hacia el cielo, y sin darme cuenta, ya sobre el mar azul con la urbe antofagastina pasando por mi lado izquierdo.

Se pasaron los miedos, porque un fierro volador como ese no se altera con el viento, como a simple vista se aprecia que les ocurre a las avionetas que pasean en medio de la fuerte brisa en un día playero cualquiera, sino que en este caso se desplazaba -contradictoriamente- de manera muy pacífica.

Y comenzó el paseo. El aparato dio un giro y ya estábamos muy cerca de la Portada de Antofagasta, que yo conocía sólo por fotos y que aunque sobrevolé muy de cerca, todavía recuerdo como sacada de una enciclopedia, como si no hubiese sido yo el que iba allá arriba.

De pronto, mientras seguíamos dando un amplio viraje a la derecha, el piloto me dijo que tomara la palanca de mando, la que moví hacia un lado como si fuera un joystick. El estómago debe haber chocado contra mis costillas, porque la verdad es que era extremádamente sensible. "Yo lo tengo" dijo luego el capitán y retomó el control, al tiempo que comenzábamos a desplazarnos hacia el norte.

Fue ahí cuando aprendí a distinguir desde la altura la 'oreja de Chile', que es donde se ubica el puerto de Mejillones y que le sirve a quienes viajan con frecuencia al norte para darse cuenta más o menos cuanto les falta para llegar a Iquique o Arica. El piloto me explicaba que abajo, un poco más allá, había una playa que era bastante buena y que estaba de moda por esos días, además de una serie de detalles dignos de Turistel.

Giramos entonces hacia el este y nos internamos en el desierto. Íbamos bastante alto y se me indicó que aumentaríamos la velocidad. "¡Felicidades!, estás volando a 1,04 mach", me dijo minutos después el aviador, y constaté que era el número que aparecía en uno de los extremos de la pantalla y que equivalía a superar la barrera del sonido a una velocidad de casi 1.300 kilómetros por hora.


Yo miraba los cerros rojizos y grises del desierto y de pronto perdí la noción del movimiento. El avión estaba como suspendido en el aire, casi flotando y abajo nada se movía... pero era imposible que un pedazo de fierro con dos alas triangulares se mantuviera suspendido como diminuto ácaro juguetón buscando la nariz de un tipo alérgico una tarde de primavera.

Pronto comprendí que se trataba sólo del efecto de la inercia, ya que si bien habíamos llegado a 1,04 mach, bajamos violentamente a unos 600 kilómetros por hora sin que yo me enterara... menos mal, me había liberado del eyector.

"Ahora vamos a hacer algunas maniobras" dijo 'Destructor', y me adelantó que íbamos a clavarnos arriba. El Elkan dio de pronto un giro de 90 grados hacia el cielo y comenzó a subir perpendicularmente. Era la famosa fuerza G, cuando la gravedad de la tierra se multiplica y todo pesa más. Iba literalmente pegado al respaldo, con la sensación de tomarse la presión pero en todo el cuerpo, y apenas podía levantar el brazo.

"¿Vas muy apretado?", me preguntó el piloto como si nada y mi ahogada respuesta "¡más o menos!" debe haber sido suficiente como para suavizar la trayectoria y modificar la maniobra, dando un par de giros que nos dejaron volando de cabeza por varios segundos. La verdad es que no era muy distinta la sensación de volar así o de manera normal y por eso abrí bien los ojos para recordar bien ese momento, aunque la maldita memoria igual me hace recrear todo eso como si estuviese viendo un video de mí mismo.

"Ahora vamos a volar como en los entrenamientos que hacemos regularmente", señaló el capitán, diciéndome que mirara en la pantalla una especie de cruz, bastante más rudimentaria que la que aparece en los juegos de video y que era la mira para señalar blancos en tierra para ser bombardeados.

Entonces, bajó la altura -que no es lo mismo que la altitud- y empezó a internarse en medio de los cerros. Eso fue más emocionante, ya que a pesar que íbamos con suerte a la mitad de la velocidad que habíamos alcanzado más arriba, tener como punto de referencia montañas que pasaban raudamente por ambos costados y un piloto que debía esta vez maniobrar en medio de éstas, obviamente aumentaba mucho más la adrenalina.

Y casi sin darme cuenta, habíamos desembocado por una especie de quebrada nuevamente sobre el mar, llegando el momento de volver a la base y proceder con el aterrizaje, que se efectuó sin inconvenientes, aunque con una frenada brusca ayudada por un paracaídas trasero que nunca vi.

El Mirage Elkan biplaza volvió a carretear, esta vez hacia el punto donde estaban mis colegas y varios camarógrafos que no sé para qué grabaron la llegada si ni siquiera ofrecieron la cinta como recuerdo, y menos la iban a pasar en el noticiario.

Cuando se abrió la cabina (creo que algunos le dicen también carlinga) tomé conciencia que los pilotos son realmente tipos vanidosos, hasta sobrados diría, ya que el capitán se me acercó y me dijo: "bájate con el casco puesto y te lo sacas abajo, se ve mejor". Yo obedecí, total...

Y ahí estaban todos, y mis amigos -para variar- los más apostilladores, porque se encargaron de hacer notar que me había bajado blanco, y que casi estaba listo para subir a una ambulancia.

Vino más tarde una merecida Coca Cola bien helada -ver post anterior- en una especie de casino, aún disfrazado de piloto junto a mi colega del F-5, en compañía del entonces comandante en jefe y su jefe de Estado Mayor, quienes bastante risueños preguntaban cómo nos había ído. Y 'Destructor' partió diciendo que casi había sido sólo un "turis Fach", aunque al menos reconoció que habíamos hecho una maniobra con 'G' no sé qué número (dos o tres, no me acuerdo), luego una vuelta que tampoco recuerdo, para terminar en otra figura que, para ser honesto menos me acuerdo, pero que debe haber sido eso de volar de manera invertida.

La tarde siguió avanzando y las noticias también. el Tanquero Aguila, que era el 707 que traía a Pinochet, había aterrizado en una isla indetermimada y proseguía su viaje sin inconvenientes hacia Chile, esperándose su arribo para el día siguiente. Era un buen despacho para la agencia de noticias, sedienta de cualquier información al respecto.

Creo que nadie recuerda ese aniversario de la FACh del año 2000, aunque sí lo que sucedió al día siguiente, cuando un Pinochet que se suponía casi agónico, apareció en una silla de ruedas en el aeropuerto de Pudahuel, y como bien describió el titular del diario La Cuarta la mañana siguiente, "se levantó y anduvo".

Yo en cambio me acordé esta semana de todo ese episodio, cuando leí en un comunicado que la FACh daba definitivamente de baja todos sus Mirage M-5 Elkan del grupo de Aviación número 8 para reemplazarlos por los F-16 adquiridos a EEUU y a Holanda. Quien lo diría, el propio 'destructor', convertido hoy en el comandante de la unidad, fue el encargado del discurso de despedida en el que destacó que este avión cumplió más de 14.000 horas de vuelo, "superando con creces las expectativas depositadas en él”.

Y a mí, curioso también, me tocó estar en una sala de redacción para informar -basándome en ese mismo comunicado- el anuncio de la salida oficial de las naves, noticia que por cierto, pasó sin pena ni gloria, como aquel aniversario rimbombante en que, a pito de nada, me tocó volar de cabeza.

7 dic 2006

Pez lunático

Cuando las imágenes se me volvían difusas detrás de una cortina de agua, como si fuera un pez observando desde el límite de su hábitat la redondez perfecta de la luna llena, quise creer que todo era un sueño, y que estaba inmerso en la peor y más horrible de mis pesadillas.

A sabiendas de lo imposible, intenté entonces volver a vivir esos instantes detenidos en papel, a sentirme seguro detrás de un foco cuyo diafragma y enfoque demoraba en ajustar, impacientando a ratos a esos ojos celestes que capturé para siempre y que eran sólo para mí, y que son para mí todavía guardados en una caja que, de manera torpe, decidí volver a escarbar.

Quise entonces volver a creer que mi propia imagen vivía para esos dos puntos brillantes en medio de dos rayitas alargadas, quise tratar de entenderlo todo de nuevo pero sin entender nada, quise desaparecer y volver renovado, para tal vez engañarla, para simular ser otro, para empezar todo de nuevo, para yo también mirar distinto.

Todo eso quise, con la limitación de mi propia racionalidad que me recordaba que esos ojos sólo querían ahora reflejarse en otra parte, que me advertía que estaba perdiendo el tiempo, y que si no dejaba de lado el masoquismo, iba a terminar todos los días mirando el mundo como ese pez medio lunático, con la carga extra de una y otra vez tener que guardar todas y cada una de esas tantas fotografías que me hacían sonreír, pero con mueca de payaso triste.

4 dic 2006

La felicidad, a veces...


Yo repetía bastante seguido que la felicidad, a veces, podía ser una Coca-Cola bien helada. Con esto me puedo ganar, sin derecho a pataleo, el odio de quienes ven en esta marca los tentáculos del imperialismo, del sistema neoliberal, y el de quienes se declaran abiertamente detractores de Yanquilandia.

Tampoco quiero hacer aquí un acto publicitario, sobre todo porque no tengo intención alguna de contribuir con los oscuros fines corporativos de los ejecutivos de la gaseosa en Chile (y si alguien quiere discutir cuales son esos “oscuros” fines, que sólo baste con ver el color del producto, y nos evitamos suspicacias).

El asunto es que esa Coca Cola bien helada la recuerdo en una botella semi verdosa después de una jornada de paleteo playero bajo un sol intenso; en una lata semicongelada tras caminar varios kilómetros sobre una tierra que parece harina (trumao) al interior de Parral; o luego de regresar pedaleando en estado de estropajo hasta un camping en el lago Conguillio, tras haber alcanzado a duras penas el sector de “Sierra Nevada”.

Y claro, en esos episodios puntuales, el poco cristalino líquido con espuma café se convertía, al menos en un mínimo instante, en un episodio feliz, idiotamente feliz, pero feliz al fin y al cabo.

Es que la felicidad puede ser por cualquier cosa, por situaciones de intensidad extrema, por ejercicios de no casual densidad neuronal o hasta por la más sencilla estupidez.

La tristeza en cambio, pareciera ser más de fondo. Y si te sientes triste por cualquier cosa, será mejor que vayas al médico.

* Haz click sobre la imagen para verla ampliada. Fue escaneada del libro "Historia de los Campeonatos Mundiales de Fútbol", de Renato González, alias "Mr. Huifa" antes de la realización del Mundial de Chile el año 1962.

3 dic 2006

La luz verde

Vimos una estrella fugaz verde que caía en forma perfectamente perpendicular una noche de primavera. Pero la emoción terminó de inmediato cuando ella, que para mí encarnaba toda la magia, se empecinó en creer que se trataba sólo de una bengala.

Por eso no hubo deseos a consecuencia del meteoro, cuya existencia se atribuyó sólo a la supuesta travesura ilegal de un tipo cualquiera, que con una caja de fósforos Copihue en sus manos habría encendido una mecha para adornar con luz el cielo sin gracia de un firmamento pobremente estrellado.

Y aunque ambos vimos la misma luz, por alguna razón la vimos distinta, por alguna razón fue un brillo que iluminó distintos senderos, que seguimos hoy, y que nos llevan a lugares lejanos y muy distantes.

No hay vuelta atrás, la oscuridad es total, pero las mágicas estrellas fugaces pueden volver a caer en cualquier momento... y mis ojos estarán ahí para capturarlas, porque mi magia sigue intacta y porque, cuando se camina sin ver hacia donde, se puede llegar a cualquier lado.

21 nov 2006

Cerveza, buena

Y luego de criticarlo todo, me di cuenta que las personas me miraban con curiosidad. Ya ni siquiera sentían temor de mí, sino que, por el contrario, yo les hacía gracia.

Fue rarísimo. Pero cuando llegué a casa y fui al baño a mojarme la cara, el rostro que vi en el espejo era el de un monstruo. Yo era un monstruo, pensé y luego traté de gritar "¡¡soy un monstruo!!"... pero no pude.

Era un ser que ya no hablaba, sólo gruñía y emitía sonidos guturales. El gato nunca salió de su escondite debajo de la cama durante todo el rato que permanecí en el que había sido hasta entonces mi apacible hogar.

Salí a la calle, recorrí parques, caminé por plazas y la gente -eso pude notarlo perfectamente- fingía que yo era prácticamente invisible, pero me observaba con disimulo.

Todo cambió sin embargo la tarde que aquel indigente, quizás por sus rayaduras de vida, se sentó la lado mío y comenzó a hablarme de la familia que alguna vez tuvo. Me dijo que él también había sido un monstruo, pero que lo había logrado superar. Yo le respondía con ruidos raros.

En un momento, sacó una cerveza entre sus ropas harapientas. Toma, me dijo, es cerveza.

Yo lo miraba con desconfianza, no porque no entendiera, sino porque me daba un poco de asco la situación. Entiéndase bien, no era discriminación, pero si un tipo que está lleno de parásitos, con muy mal olor y con aspecto de que la última vez que entró a una ducha usó "Glemo en su cabello, a la hora del shampoo...", significa que podía ser algo complicado compartir la misma botella.

Pero él insistió, "es cerveza, y buena" y fueron tantas las invitaciones que al final bebí. Y la verdad es que la chela mala no estaba, además que al fin y al cabo yo era un monstruo, y no tenía por qué ponerme exquisito.

El asunto es que el tipo sacó otra, y otra, y otra cerveza, y yo, entre tanto alcohol, repetía y repetía "cerveza, buena". Y cuando llegó la hora de los sentimientos, el indigente me decía "¿somos amigos o no somos amigos?", y yo le conetestaba: "cerveza buena, amigo".

Cuento corto -para hacerla corta-, aprendí a expresarme otra vez, volví a casa y el gato, aunque ya estaba un poco flaco, esta vez no se escondió de mí y volvió a pedirme alimento, que es lo que hace un gato que ha extrañado mucho a su amo.

Yo le decía "gato, bueno, amigo". En fin, el tiempo me hizo hablar otra vez de corrido y también me ayudó a entender que, frente a la adversidad, convertirse en monstruo es lejos, el peor de los caminos.

19 nov 2006

El regreso tras la enfermedad

¿Será posible que una enfermedad mate sólo el alma de una pesona y tras la recuperación y convalecencia surja otra, completamente distinta?.

Lo vi una vez en una película, claro que en ese caso era un tipo que moría y cuya familia le pedía a una especie de doctor Mortis que lo reviviera. Este último dijo que sí, que era posible volver a reanimar ese cadáver, aunque no era lo más óptimo, tomando en cuenta que la esencia de ese ser ya se había perdido.

"No importa", replicaba una acongojada madre y Mortis puso manos a la obra, le aplicó unos humeantes líquidos verdes al cuerpo, una que otra descarga eléctrica y ¡listo!, el hijo estaba de vuelta, sentado ahí en la consulta, con los ojos bien abiertos y sin inconvenientes para volver a casa.

Un milagro de la ciencia...

Pero lo que la familia no quiso entender era que su pariente había partido hacía rato, o en el caso menos optimista, había desaparecido del universo en el preciso instante en que fue declarado por primera vez "fiambre". En cambio, lo que tenían en frente era una cosa que respiraba, se movía, interactuaba y utilizaba los pensamientos alojados en su cerebro, pero no tenía espíritu, y era más malo que el natre.

Bueno, por eso la película termina cuando el zombie aquel termina muerto -por vez segunda, obvio- tras haber intentado matar a su progenitora y haber cometido una serie de maldades innumerables (entre ellas comerse al gato, estrujar al perro, sacar escondido el papel higiénico del baño, lavarse los dientes con los cepillos de los demás, echarle sal al azucarero y viceversa).

Se me viene este filme a la cabeza, porque creo que a veces es mejor recordar a la gente como era con nosotros antes de sufrir drásticos cambios, antes de mutar hacia un nuevo estado. Eso puede evitar que se produzcan conversaciones extrañas, como las del individuo de la película, que, entre paréntesis, cuando volvió a la vida se puso re dicharachero, bueno pa' la talla y genial para dar consejos... casi, como un buen terapeuta.

14 nov 2006

Correcto

Después de pensarlo mucho, opté por cruzar la barrera entre lo correcto y lo incorrecto. Fue entonces cuando de lo incorrecto pasé a lo correcto y no al revés.

Era todo tan distinto en este nuevo lugar, todo tan ordenado, tan organizado, tan civilizado, tan predecible... tan ...correcto, que me vino una especie de ahogo y desesperación.

Debo decir que estando ahí, nada de lo que hiciera podía ser incorrecto, aunque así lo deseara desde mi interior rebelde, y ese resultado siempre tan dentro de la norma, por más que faltara a ella causaba en mí una sensación de desesperación extrema y ganas de huir despavorido.

Un pensamiento incorrecto, sin duda, que en la acción volvía a la corrección, al orden, la tranquilidad y el tedio.

Descubrí más tarde que prácticamente todo mi correcto círculo social estaba conformado por incorrectos como yo que habían traspasado aquel límite delgado en un momento de disyuntiva.

El tema lo abordamos una vez en un muy bien organizado encuentro de amigos, quizás a consecuencia de la muy correcta elección del licor dispuesto para los comensales.

De pronto noté que el ambiente se tornó denso con ese tema difícil. No me quedó más remedio que darle ánimo a mis amigos y les dije que en cambio, el otro lado estaba lleno de incorrectos sufriendo por su correcta mentalidad.

Afortunadamente todos volvieron a sonreír y la velada resultó perfecta.

A eso debo agregar que quedé satifecho y feliz, con la inmensa tranquilidad de haber hecho lo correcto.