6 abr 2009

El enigma

El tipo de la gorra colorada se paró un instante frente a la puerta, miró hacia ambos lados, como cerciorándose que nadie lo sorprendiera, y entró por el pasillo de luz.

Más atrás, una mujer muy gorda llegó hasta ahí mismo jadeando, gesticulando como si no pudiera respirar y señalando con desesperación la puerta que se acababa de cerrar.

En un instante se llenó de gente. La policía acordonó la vereda y nadie quería perderse detalles del espectáculo, aunque nadie tampoco sabía de qué se trataba todo.

Al poco rato la gorda ya podía respirar y figuraba tomando un vaso de agua y sentada en un pequeño banquito de madera que le facilitó una vecina.

Entre los curiosos se comentaba que a la mujer la habían asaltado y que el delincuente se encontraba en aquella casa antigua, ahora custodiada por aburridos policías que miraban para todos lados sin tampoco estar muy convencidos de que estar ahí serviría para algo.

Otros más imaginativos especulaban que la mujer no era víctima sino que la cómplice de un crimen. Y no estaba esposada, decía muy convencido un viejo calvo de barbas amarillentas, sólo porque su ancho no le daba para salir corriendo y menos para escabullirse sin ser vista.

Y así transcurrió una, dos, y hasta tres horas. La noche se vino encima y la multitud de curiosos se redujo a su mínima expresión hasta que la gorda quedó sola con dos carabineros rasos.

Habían ya hecho buenas migas y hasta uno de los efectivos le había llevado un sándwich. La vecina también se aburrió, le pidió el banquito de madera y entró a su casa para no volver a salir.

Y pasada la medianoche, cuando los policías se encontraban en la esquina conversando del partido del domingo, y la gorda dormitaba sentada en la cuneta, el tipo de la gorra colorada salió sigiloso. Con un cigarrillo en la boca le dio dos vueltas a la chapa y empezó a caminar como si nada, hasta perderse a la vuelta de la esquina oscura.

La gorda despertó de sobresalto dando un pequeño grito. Los carabineros corrieron hasta ella y se encendió la luz de la casa de la vecina. Otra vez empezó a ahogarse, pero se puso de pie y poniendo los ojos blancos y en medio de una especie de trance dijo firme con voz de ultratumba: “Ya no está aquí”.

El episodio fue observado y comentado por dos jóvenes que pasaban por ahí justo en los momentos que todo esto transcurría.

- Terrible’ cuática la guatona ¿ah?
- la cagó.

No hay comentarios: