11 dic 2005

Dime que no estás

"Dime que no estás, sin decir nada", pensé, mientras me mantenía quieto en medio de esa habitación oscura. La electricidad aún no volvía y se había consumido mi última vela aquella noche calurosa que me había obligado a mantener la ventana abierta.

Esperé un instante que no alcanzó a ser breve, casi conteniendo la respiración y oyendo el tic tac de ese reloj despertador que no sé para qué seguía en funcionamiento, tomando en cuenta que artilugios como ese, al igual que las agendas electrónicas, habían quedado guardados en el cajón del olvido tras la masificación de los teléfonos celulares.

Pensar en eso me tranquilizó y me hizo sentir un perfecto idiota. Yo, asustado en la oscuridad de un cuarto, como si tuviera cinco años, en medio de un corte de luz.

Y ni siquiera un 'matacuco' podría haber enchufado para vencer el extraño temor a esa presencia que podía ser simplemente un mal antecedente en materia de salud mental. Más imbécil me sentí después de llegar a esa conclusión, y al final, riéndome de mí mismo, comencé a festinar con la pregunta que le había hecho a ese supuesto ente, porque su omisión podía perfectamente haber sido considerada una respuesta, y me habría dado mil vueltas en un círculo vicioso del sin sentido hasta de verdad salir corriendo hacia cualquier parte.

Me metí dentro de la cama y me preparé para dormir. El sueño comenzó a invadirme lentamente. Era un sueño pesado de cansancio agradable, como los 10 minutos más con que uno mismo se engaña en las mañanas y que siempre se extienden lo suficiente como para llegar atrasado después a cualquier parte.

Pero de pronto la voz otra vez. "Estoy", dijo nítidamente y di un salto que me dejó inmediatamente de pie sobre la cama, con los ojos abiertos y la respiración acelerada. Miré para todos lados y pensé que realmente me había vuelto un esquizofrénico. Había visto en la televisión y en un par de películas que se oyen voces y hasta se puede ver gente con tal nitidez que parece todo muy, demasiado real... y yo que me creía tan racional e infalible.

Fue una voz nítida y resuelta, de una mujer, con un cierto dejo de tristeza. Pensé, siguiendo mi propio juego "¿dónde estás?", y la respuesta no tardó, "aquí" dijo a mis espaldas. Giré lo más rápido que pude, pero no logré ver nada...

Por eso le tengo temor a la oscuridad, y por eso también, como política de vida, nunca más le pregunté nada a cosas que supuestamente no existen, porque puedo asegurar que no es agradable recibir una respuesta, cualquiera que esta sea.

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