29 nov 2011

Psicólogo

-¿La sensación? Imagina que tienes una manguera conectada en uno de sus extremos a un embudo, y la otra a un orificio bajo el cuello. Y de pronto sacan del refrigerador un vaso lleno de aceite oscuro, espeso y muy helado. Lo vierten por el embudo, y lentamente comienza a esparcirse y a congelar tu pecho por dentro.

Es algo capaz de matar cualquier momento feliz. Y ocurre cuando menos lo esperas. Es entonces cuando pienso que lo más adecuado sería no estar ahí. Peor aún, la solución no es irse, huir o esconderse; es simplemente no estar, en ningún lado.

- ¿No existir?

- Qué comes que adivinas, tarado.

Recado

No le digas que vine, por favor, le dijo preocupado. La mujer sólo asintió con la cabeza sin prestarle mucha atención.

¿Quién era?, preguntó más tarde la anciana. Era tu hijo, le respondió ella, con el mismo desinterés.

¿Y qué dijo?, volvió a preguntar la abuela. “Lo de siempre, que te matará apenas pueda”.

Reencuentro

Mentiroso, le dijo, casi tocando su nariz con la suya en un intenso intercambio visual y de hálitos tibios. Fue la última vez que se vieron, hasta hoy, que se encontraron a boca de jarro en la calle, mostrando cuál heridas de guerra el paso del tiempo en sus rostros.

Pero esta vez no hubo diálogo ni emoción alguna. Sólo una mutua mirada esquiva, para seguir cada cual su camino y sacarle el bulto a la carga siempre pesada de los buenos recuerdos irrepetibles.

4 oct 2011

Relato cero


Me propuse esta noche escribir un cuento de ratones asustados. De ratas huyendo de una calle en reparaciones, despavoridas por el ruido y los efectos devastadores de una retroexcavadora.

O de un gato extraviado al que no le quedó otra que buscar un destino parecido al que había dejado de ser su destino… por culpa del destino.

También pensé en dedicar un par de líneas a los conflictos del país, que ciertamente podrían resumirse en ese mismo par de líneas. Pero esta vez paso. No estoy dispuesto a dármelas de crítico social, ni menos espero construir una frase para el bronce para que mi medio millar de seguidores –cantidad a pito de no sé qué- me llene el ego haciendo retweet.

Y después de esta vuelta, me vuelve la imagen del roedor ansioso escondido en medio de los cachureos de un sótano, esperando que se detenga el caos y que todo vuelva a la calma para regresar a su alcantarilla tan asquerosa como acogedora.

Entre medio, un par de estudiantes pasa camino a una marcha más, no sé si convencidos de la oportunidad de ser parte de un cambio histórico o solamente por la adrenalina del desenlace habitual. Mientras tanto el gato, aburrido de ser nómade, comienza a verle el lado bueno a dar rienda suelta a sus instintos y a cambiar, aunque sea por una única vez, el pellet por una presa fresca.

Pero escribir de los nervios de un ratón y de un gato que lo acecha con la intención de engullírselo tiene menos gracia que armar una historia de jóvenes que terminan arrancando de los pacos.

Falta novedad. Falta relato, falta, por ejemplo, que el ratón sea metáfora, al igual que el felino. Y que esos secundarios representen el desgano y frustración de toda una generación que está cansada de ser rebaño.

Pero no hay mensaje entre líneas, ni menos enseñanza, porque esta vez es un hecho consumado y tan real como mis propios dedos tecleando esta basura, que el ratón anda por ahí dando vueltas, que el gato lleva tres días extraviado y que los escolares cuentan las horas para volver al centro para engrosar una nueva movilización.

Mientras tanto el tiempo pasa y yo, reflejado en mi propia decadencia, me vuelvo más absurdo.

14 oct 2010

Sino


El tipo abrió la puerta despacio. Miró casi husmeando, sin hacer ruido, y retrocedió.

- Es tarde- dijo con tono cansado una voz dentro de la habitación. El hombre no se movió y por eternos segundos siguió tomado de la manilla.

- Es tarde- insistió la voz. Fue entonces cuando tuvo aquella revelación inútil, muy a destiempo, que lo dejó muy convencido de que su sino era no estar ni en el momento ni en el lugar preciso cuando ocurren las cosas.

Corrió desesperado, como un loco, a decírselo a su mujer, pero de ella sólo encontró una nota encima de la mesa llena de migas y aplastada con el control remoto del viejo televisor: “no llegaste nunca, y me fui”.

18 jun 2009

Aquí, pasando

Claro, que sí: Esta vez me tocó conjugar el verbo "vacunar"... pero me quedé en el presente y sólo en la primera persona: Yo vacuno.

Rarezas, sin duda, estas cosas que pasan. Pasan, sólo porque pasan, como el viento, que pega y enfría la cara, pero sigue cascando hasta botar la hoja seca de un árbol, darle movimiento a una chasquilla y apagando finalmente una vela.

Y así sigue, avanzando, pasando.

¿Cambia todo cambia?, no exactamente, yo diría que pasa, todo pasa.

Se pasa la hora, se pasa el tiempo, se pasa el dolor, se pasa el frío, se pasa el calor, se pasa la angustia, se pasa la modorra, se pasa la rabia, se pasa lista, se pasa a la historia, y la vida sigue pasando y pasando...

"¡Pase!" dice la cajera, la enfermera, el guardia de seguridad alterado, el paco de tránsito estresado al medio de la calle -con gesto técnico de su guante blanco piñiñento-, la señora a medio vestir cuando llega el tipo dateado supuestamente para arreglar el TV cable.

También se pasan las sopaipillas, el pescado sin refrigerar, las axilas sin desodorante (se supone que "a ala"), y la gente que se manda alguna chambonada: "se pasó..."

Y los curaos' -borrachos- andan pasaos' -pasados-.

Y lo que me pasa, ¿por qué me pasa?, ¿por vacunar entonces?, ¿por pasarme de listo?, ¿por pasarme de la raya?, ¿por pasar piola?...

Pase lo que pase, por lo que pase o lo que haya pasado, ojalá que todo pase no más. como todo.

7 abr 2009

Párrafos inconexos

“Señora, disculpe, pero no es mi culpa que su humanidad sea tan abundante”, le dije. Y hasta ahora, con la cara todavía desencajada, me arrepiento de buscar palabras para justificar lo injustificable y contra lo que no hay remedio, sobre todo arriba de una micro a las ocho de la mañana.

Usted me da pena señor, me dijo. Luego me lanzó una moneda y se fue pedaleando en su bicicleta con la misma pasividad con la que había llegado. “¡Pendeja de mierda!” dije a regañadientes. Entonces recogí la moneda y me fui.

Todos miraban al pobre muerto reventado luego de ser atropellado por un camión. “¡Ahí viene su señora!”, se oyeron los rumores entre los curiosos. Apareció una mujer joven que, impávida, levantó la manta que cubría al cadáver y asintió con la cabeza ante una pregunta de los policías. Luego miró fijamente a la multitud y dio un grito agudo que contrastaba con su cara de nada. “Está destrozada”, dijo una mujer, y recibió una respuesta que lo enrareció todo: “no más que él”.